Experiencias
de un domoterapeuta
Mostrar
que factores ambientales tóxicos encontramos en los casos de hipersensibilidad ambiental
múltiple es el amable encargo del Dr. Fernández-Solá, del Hospital Clínic de
Barcelona, como prólogo del libro “Sensibilidad Química y Ambiental Múltiple”.
La
creciente incidencia de la sensibilidad ambiental (química, eléctrica,
magnética, acústica, etc.), nos avisa que vivimos en un entorno tóxico lleno de
químicos y radiaciones. Consecuentemente, debemos actualizar las normas de
salud ambiental para lograr un hábitat saludable de acuerdo a las
investigaciones más recientes.
Nuestra
salud depende de la calidad ambiental, si dormimos mal y nos despertamos
cansados y confusos cada mañana, sin causa objetiva, posiblemente estamos en un
entorno nocivo, con factores ambientales perjudiciales para la salud, es decir,
tenemos el enemigo en casa.
Mi
amigo el doctor Joaquín Fernández-Solá me ha pedido escribir el prólogo de este
libro, y debemos alegrarnos de esta iniciativa, pues hay pocas publicaciones en
España sobre el tema. Este libro trata de la sensibilidad ambiental, y nos
muestra que el progreso indiscriminado tienen un alto precio, hemos perdido la
conexión con la naturaleza, hemos olvidado el arte de la arquitectura, e
insensibles al entorno natural vivimos en un hábitat enfermo, con factores
ambientales nocivo que llamamos domopatías.
Como
impartimos, ya en 1997, en un postgrado que tuve el honor de coordinar en la
Universidad Politécnica de Barcelona, la existencia de domopatías en nuestro
dormitorio o puesto de trabajo puede afectar a la salud, especialmente al
equilibrio neurológico.
En
los edificios enfermos se observan a corto plazo estrés psicofísico, insomnio,
jaquecas, ansiedad, agotamiento crónico o depresión. A más largo plazo pueden
aparecer daños orgánicos, con problemas respiratorios y circulatorios,
afectando al sistema inmunitario y favoreciendo enfermedades degenerativas, como
leucemia y cáncer.
A
lo largo de mi experiencia como domoterapeuta, desde los años 80, me he
encontrado con casos que se salen de lo normal. Una muestra es una persona muy
cercana que presenta un complejo cuadro de electrosensibilidad, sensibilidad química
múltiple y síndrome de fatiga crónica. Como consecuencia lleva años sin
trabajar, su capacidad física de moverse está muy limitada y apenas sale de
casa, pues caminar más de diez minutos sobre el asfalto es un esfuerzo. Sin
embargo esta misma persona, pasa unos días en el Pirineo, y descubre que allí
no se ahoga, no se marea, no se fatiga, y sus piernas pueden llevarla sin
dificultad hasta la cascada, disfrutando de la montaña. Es evidente la
diferencia de respuesta fisiológica entre el entorno urbano y la naturaleza,
quizás lo primero en percibirse sea la pureza del aire, pero tampoco hay ruido,
ni tráfico, torres de alta tensión, ni antenas de telefonía.
Desgraciadamente
este no es un caso aislado, y cada vez son más los clientes que acuden a nuestro
gabinete con cuadros de hipersensibilidad ambiental. Están afectados por
domopatías, la vida les resulta imposible en su entorno habitual, y algunos
llegan a abandonar casa y trabajo para encontrar un lugar limpio y sano lejos
de la ciudad.
Todos
ellos se caracterizan por la hipersensibilidad ante factores ambientales muy
comunes en nuestra vida cotidiana. Les afectan los
ruidos y los olores fuertes (lejía, suavizante, limpiadores, perfumes), son
excesivamente sensibles al frío y al calor, como al tacto de ciertos
materiales, y tiene que ser muy selectivos con su vestuario o los materiales de
su entorno.
Según
nuestra experiencia estos cuadros pueden aparecer de forma aguda a partir de
una exposición intensa y puntual, como un lugar de trabajo con excesiva carga
tóxica, una fumigación, o un accidente industrial. En otros casos surge de modo
solapado, tras un largo goteo de exposiciones débiles, que se producen de
manera inadvertida, crónica y habitual.
El
desencadenante puede ser un cambio en el trabajo, o la renovación del piso con
materiales modernos como PVC, pladur o parket sintético. En otros ha sido la
mudanza a las cercanías de una fábrica, la instalación de una antena de
telefonía cerca de la vivienda, o la nueva red wifi en el colegio donde trabaja.
Desde
los años cincuenta somos conscientes de la creciente polución química,
inicialmente contaminación atmosférica, pues un progreso tecnológico
incontrolado ha traído el humo de las fábricas y el escape de los coches hasta
nuestro hábitat, una polución material que podemos ver, oler y mascar.
No
somos tan conscientes de la polución vibratoria, ruido y vibraciones, que si
bien podemos captar por el oído, llegan a ser imperceptibles por el hábito, y
solo somos conscientes cuando surge el silencio.
Por
otro lado nos invaden ondas electromagnéticas en la calle, la casa y el
trabajo, penetran nuestro cuerpo y nuestro cerebro, estas ondas incluso
penetran la barrera hematoencefálica, pero nuestros sentidos no nos alertan de
esta polución invisible e inmaterial.
Como
consecuencia de este creciente deterioro del entorno habitable encontramos
cuadros de hipersensibilidad ambiental, sensibilidad química, biológica,
electromagnética, y otras enfermedades emergentes hasta hace poco desconocidas.
Todos
somos sensibles en algún grado, pero no reaccionamos igual ante los agentes
nocivos, mientras uno presenta un cuadro de sensibilidad que le causa molestias
menores, otros desarrollan patologías serias que les inhabilitan, e incluso
ponen en peligro su vida.
La
plaga de sensibilidad química múltiple se relaciona con la exposición a fuentes
de contaminación ya bien conocidas, como la polución por amianto, CFC, plomo,
benceno, zinc, ftalato, formaldehído, organoclorados, radón, etc. Y el cuadro
se agrava por el consumo de agua y alimentos desnaturalizados, o contaminados,
especialmente por pesticidas y abonos, mercurio y otros metales pesados.
Frecuentemente
la calidad del aire es peor en los espacios cerrados, demasiado herméticos, por
la presencia de materiales nocivos, productos de limpieza, o por los sistemas
de climatización. El informe Greenpeace sobre el polvo doméstico encuentra
más de cien productos químicos
tóxicos dentro de nuestras casas, a veces en triple concentración que en el
exterior.
La
reciente epidemia de lipoatrofia
semicircularis, en edificios emblemáticos de Barcelona, ha puesto de
relieve que cierta arquitectura moderna, excesivamente tecnificada resulta
realmente inhabitable y estamos creando edificios enfermos. La observación de
cómo se disuelve la grasa corporal, creando una depresión visible y palpable,
ha generado una gran alarma social. Debemos investigar si esas condiciones
laborales nocivas, en primer lugar los campos electromagnéticos, pueden afectar
también otras grasas más vitales como la mielina del sistema nervioso.
En
las últimas décadas surge una gran preocupación por las líneas eléctricas de
alta tensión o las subestaciones transformadoras, con miles de kilovoltios, que
causan importantes efectos bioeléctricos como informa el Instituto Karolinska,
relacionados con leucemia infantil y cáncer de cerebro.
Y
más recientemente surge una gran alarma social por la presencia de las antenas
de telefonía móvil, una red que invade todo el territorio, a veces al otro lado
de nuestra ventana, e introduce radiofrecuencias (microondas pulsantes) que
están creando daños neurológicos identificables con el “síndrome de las
microondas”, ya estudiado por los rusos en los años 70 en operadores de radar.
El
problema es que el cliente afectado se preocupa mucho de esos grandes antenas
que amenazan nuestra casa desde el exterior, pero muchas veces el enemigo está
dentro. En nuestras inspecciones encontramos varios teléfonos móviles en cada
casa, y es normal la presencia de teléfonos inalámbricos dect, redes wifi y
wimax, o sistemas bluetooth, que generan microondas dentro de nuestro espacio
habitable. Todas estas tecnologías producen radiofrecuencias con efectos
intensos a nivel biológico, debido a su gran proximidad a nosotros, como el
teléfono inalámbrico en la mesilla de noche que puede emitir microondas cien
veces más intensas que la antena de telefonía del edificio de enfrente.
En
una casa moderna encontramos además campos eléctricos, magnéticos o
electrostáticos, producidos por la red eléctrica interna, en la cabecera de la
cama o apenas al otro lado de la pared, transformadores de zona en el bajo de
la casa, cuadros eléctricos detrás de la puerta, alimentadores y reactancias,
bobinas de motores, tubos de rayos catódicos de monitores de televisión y
ordenadores, que nos rodean. Recordemos que basta un simple radiorreloj en la
cabecera de la cama para producir más de mil doscientos nanoteslas (1.200 nT),
cuando el umbral recomendado por la EPA (Environmental Protection Agency, USA),
aconseja un máximo de doscientos nanoteslas. Como referencia la norma UNE-ENV
50.166 de aplicación en España permite una exposición de hasta cien microteslas
(100.000 nT), o sea quinientas veces mayor.
Estas
cifras reflejan la laxitud de la legislación vigente en España, excesivamente
tolerante con la industria, frente a países pioneros como Canadá (Toronto) o
Austria (Salzburgo). Otros muchos países tienen normativas muy restrictivas
ante las emisiones electromagnéticas, y podemos citar Rusia, Kazajstán, Suiza,
Suecia, China o Nueva Zelanda. Destaco la iniciativa francesa de crear
“ecovillages o zonas blancas” (Zone Blanche = Zone Santé), donde la intensidad
de radiofrecuencias sea menor que 0,1 µW/cm2 (R. Salzburgo), un entorno donde
los hipersensibles pueden sobrevivir.
Este
panorama se agrava por la agresión del creciente ruido ambiental, en particular
en las grandes ciudades o cerca de autopistas o aeropuertos, con muchos
decibelios tanto de ruido audible como inaudible (infrasonido, ultrasonido).
Además las vibraciones mecánicas son causa adicional de fatiga, estrés y
sobrecarga del sistema inmunitario, y existen estudios que culpan al ruido
crónico como factor de riesgo en patologías degenerativas, algo más que cefalea
o sordera. Aquí también tropezamos de nuevo con la tolerancia de la normativa
acústica, que en muchos casos se sobrepasa sin apenas control, y tenemos las
ciudades más ruidosas de Europa.
Un
cuadro alarmante que surge de nuestra experiencia de muchos años de realizar
inspecciones ambientales o auditorias domobióticas en viviendas, escuelas y
empresas, todas ellas con entornos excesivamente contaminados, siempre de
origen multifactorial, pues concurren factores químicos, biológicos,
electromagnéticos o radiactivos, creando sinergias.
No
debemos olvidar que todo efecto químico es siempre electroquímico, pues los
electrones corticales son los responsables de las reacciones químicas, y el
electrón es en esencia la electricidad. Por eso la presencia de agentes
químicos en entornos con electropolución incrementa el riesgo de modo
exponencial, pues genera millones de átomos y moléculas ionizados, o sea
radicales libres, muy agresivos en el medio biológico interno.
Somos
una inmensa minoría los que somos conscientes de la triste realidad actual, y
dedicamos tiempo y energía a informar al ciudadano, a divulgar los riesgos en
el entrono profesional, y a exigir a la administración una legislación
restrictiva, para proteger la salud pública en aplicación del Principio de
Precaución.
Afortunadamente
como domoterapeutas podemos aportar soluciones, y en muchos casos hemos podido
verificar que el malestar de la dueña de la casa o el absentismo laboral se
elimina, o minimiza sus síntomas, tras nuestra intervención técnica,
apantallando las radiaciones, eliminando materiales nocivos o modificando los
sistemas de climatización, con los criterios biológicos de la domobiótica.
Quisiera
terminar con propuestas optimistas, pues es posible armonizar los edificios
enfermos con medidas correctoras, de acuerdo a las buenas prácticas de la
bioconstrucción. Los factores prioritarios serán, la calidad del agua y del
aire, los materiales e instalaciones biocompatibles, y la reducción del ruido y
la electropolución, respetando una distancia de seguridad, y si es preciso
mediante el blindaje electromagnético ante los focos de mayor riesgo como las
antenas de telefonía.
Con
estos criterios podemos sanear los edificios enfermos y tener casas y espacios
de trabajo saludables. Esto es especialmente vital en los dormitorios, que
deberían calificarse de ”zonas sensibles”. Si aplicamos las buenas prácticas de
la bioconstrucción en el urbanismo, descubriremos que es posible vivir en
ciudades sanas, ecológicas y sostenibles.
Nuestros
políticos deben saber que vivir, estudiar o trabajar en ambientes nocivos tiene
una repercusión socio-económica muy importante, pues afecta de manera muy seria
a nuestro capital humano, como pone de relieve el Manifiesto de Barcelona,
realizado por el grupo de expertos de Domosalud, equipo que coordino y donde
participan varios de los autores de este libro. Estos factores de riesgo
ambiental aumentan de manera espectacular el gasto de sanidad y el consumo de
medicamentos, especialmente psicotropos y calmantes al favorecer por un lado
patologías crónicas como insomnio, estrés, jaquecas, ansiedad, depresión, dolor
inespecífico, reumatismo, asma, alergias. Y de otro lado reducen la atención y
concentración, producen fatiga, absentismo, bajo rendimiento laboral, errores
ante el ordenador y despistes inexplicables ante el volante.
El
estado actual de la investigación, aún insuficiente, no ha podido determinar en
algunos casos la relación causa-efecto, pero permite afirmar que existe una
asociación directa entre la exposición continuada a estos factores de riesgo
ambiental y la aparición de muchas patologías en los seres humanos.
En
esta línea de trabajo, es de agradecer la investigación del doctor
Fernández-Solá y su equipo del Hospital Clínico de Barcelona con las patologías
emergentes, como el síndrome de fatiga crónica y la sensibilidad química
múltiple, pues el debate en la comunidad científica está abierto. Y sería
deseable que pronto sea operativa la nueva unidad de electrosensibilidad, o
hipersensibilidad electromagnética, otro aspecto aún poco investigado en
España.
Por
todo ello, recomiendo una atenta lectura de este libro, que da respuesta a las
preguntas de los pacientes con excesiva sensibilidad ambiental, aprendiendo a
evitar los riesgos. Mi recomendación final es que hagan un estilo de vida sano,
en contacto con la naturaleza, protejan sus casas y su espacio de trabajo,
armonizando su hábitat con la bioconstrucción, y consecuentemente su salud se
lo agradecerá.
©
Carlos Martínez Requejo. Domoterapeuta.
NOTA
Este
artículo fue publicado como prólogo del libro
SENSIBILIDAD QUÍMICA Y AMBIENTAL MÚLTIPLE
Sobrevivir en un entorno
tóxico
Dr.
Fernández-Solá y Dr. Santiago Nogué
Colección
Oxígen – Viena Ediciones
Febrero
de 2011
Buenos días, una pregunta. Se habla sobre todo de la sensibilidad química múltiple, de la electro sensibilidad..etc pero podrían también tener algo que ver las enfermedades autoinmunes como la espondilitis anquilosante entre otras muchas. Las cuales están aumentando día tras día ?
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